Hace unos 24 años, cuando yo apenas empezaba en el negocio de la investigación de mercados, me tocó ir a una junta de trabajo en Bimbo. Era de mis primeras visitas a la empresa. Debía evaluar unas botanas cuyo “concepto” se le había ocurrido al dueño de la organización, el mismo que con gran olfato había inventado anteriormente una serie de productos que gozaban de gran éxito en el mercado.</P> <P>En la sala de juntas, los ejecutivos me estaban dando el brief cuando se abrió de golpe la puerta y apareció en el umbral un personaje sonriente. Se movía muy decidido, estaba al tanto de los detalles de las marcas, y clarísimo en cuanto a los objetivos finales: vender mucho. Me llamó la atención el respeto con el que lo trataban mis clientes. Antes de salir me dijo: “A ver señora, ¿es usted la que le va a preguntar a la gente, si le gusta lo que a mí se me ocurre que puede ser un gran negocio? Mmm… pues no crea que estoy muy de acuerdo. Pero, okay. Pregúnteles. Y hágalo bien, ¿eh?”.